domingo, 24 de junio de 2012
Mirás con los ojos de otro amor,
usás las palabras de mi boca.
Las notas de tu voz vienen de lejos,
desde el olor del tiempo.
Sos una página en blanco
hecha de retazos.
Y termina resultando
que ver a través tuyo
es más difícil que enhebrar una aguja.
Una entorna los ojos
buscando un hueco,
un lugarcito para pasar,
y no hay manera.
Entonces, es cosa de verte
desde otro lado.
Dejar de pensarte como hilo,
y pensarte como novela,
desdoblándote, comprimiéndote,
hasta que soltás que sos poesía.
Y así, sí, dejarse besar,
apretarse un poco.
Hacer el amor con métrica,
con técnica, con rimas asonantes,
rozando los límites de la música,
buscando maneras
de poner un punto.
Esperar, sin duda,
esperar algo.
Todo para despertar
entre tus sábanas azules,
verte,
bañado en la luz de la mañana
y respirar
la calma de tu pausa.
Al Mal.
Por favor, volvé.
Dejá de nadar en un vaso de agua.
Pará de desayunar espirales,
de dormir con tus demonios,
de buscar lo que no existe
adentro de cajas vacías.
Por sobre todo,
ya no intentes
renunciar a la cordura,
o saltar de la cama a la vida.
Cedé a lo real,
encontrale el gusto a pimienta
que tiene el guiso en familia.
Yo sé que las apredes,
hoy,
se ven más altas
(y acolchonadas)
que de costumbre;
que el tiempo pesa,
y que no llega el sueño.
Sé (mejor que vos, a veces)
que la vida
ya no es un juego,
que no es moco de pavo
(en la Rayuela)
ir del cielo a la tierra;
que patear la piedrita da cosa,
porque tiene consistencia de burbuja.
Pero cuando algo se rompe apenas
es mejor romperlo del todo.
Tal vez (sólo tal vez)
sea hora de patear el tablero
y cambiar de juego.
Extraño el verano,
la ausencia de horarios,
la espuma de la cerveza,
los colores vivos como en sueños.
Extraño mi casa,
el desorden, los juegos,
la gente yendo y viniendo.
Extraño los viejos amores,
la falta de ataduras, las noches de locura.
Extraño los últimos días,
el helado, las hamacas, la lluvia cálida,
nuestros cantos.
Extraño no saber qué es el llanto.
Lo que pasa es que siempre me mintieron un poco las normalidades; que, muchas veces, es más divertido fingir que no se distingue del todo bien la realidad. Hay un calor de hogar cuando siento que puedo mantener tu ritmo; que, aunque te hayas ido, todo sigue estando igual de bien, que sólo una de las dos debe ceder al delirio de cuando en vez. Y debería empezar a recordar (antes de hacer cualquier cosa) las sabias palabras que el tiempo dejó en tu cama. Quizás, una vez más, en el fondo de una botella vea dibujadas con humo las respuestas, todas ellas.
No tengo
lo que hace falta
para hacer lo correcto,
no tengo
paciencia
para ser feliz.
Me asusta
el espiralado
correr del tiempo,
me aterra
dejar de dar vueltas
y empezar a vivir.
Y espero,
de alguna manera
que vengas a cambiar
lo que se agolpa en mí.
Y me parece que
ya es hora
de entender que no existís,
que no sos
mi hada madrina,
que el cambio
y la magia
tienen que salir de mí.
sábado, 9 de junio de 2012
Sos todo el azul
que puedo disfrutar,
el único recuerdo
que no se vuelve amargo
al llorar.
Tenés la dosis justa
de ausencia, de irrealidad
como para no desconfiar
de tu mirada.
Sabés, aún mejor que yo,
cuando guardarte las palabras.
Entendés que, a veces,
el poder de la métrica
es superior al de tus caricias.
Y, aunque el tiempo nos pese,
sabemos que la inexistencia
de las distancias,
tal vez nos aleje.
Es todo parte del rito,
porque para mirarnos como queremos
hay que empezar por cerrar los ojos.
Si la palabra es cuna de malentendidos,
hagamos del silencio
una barrera contra el olvido.
Lo que yo quiero
es que dejes de dar vueltas;
que pares la calesita
que tenés en la cabeza.
Por sobre todo, que dejes de perderte
en el vaivén de cualquier cadera.
Que aprendas a no mirar
usando los ojos,
que dejes de hablarme
con las manos.
No te pido imposibles,
como que abandones el oficio de chimenea,
o que ya no cantes en la ducha.
No te exijo lo banal,
que vuelvas a llenar las jarras,
o que riegues las plantas.
No pierdo el tiempo,
pidiendo lo que no podés dar.
Por eso, cuando te quedás con todo,
cuando e gurdás en tus puños,
se me revuelve la piel de angustia,
y se me queda la voz sin color.
¿Qué te cuesta ser para mí
quien yo sé que sos?
Lo único que quiero es la tranquilidad de poder escuchar tu voz todas las mañanas. Es una de esas tranquilidades estúpidas, como saber que el pan cae siempre del lado de la mermelada. Que, aunque esté todo mal (porque el pan se cae, ¿no?), existe, es real, es tangible, y no uno de esos recuerdos hechos sueños que irrumpen en la madrugada.
Se te deshilacha un poco la mirada.
Eso debe ser
tener el ánimo por los suelos.
No te lo merecés,
pero te lo buscaste.
Es tu premio por querer
construirle altares a los cielos,
por que creer que puede crecer
lo que no se alimenta.
Por confiar en que entre mi pensar y mi alma
siempre está la puerta abierta.
Cada nube destroza un recuerdo,
cada suspirar ajeno me devuelve al vacío.
Y desde la cima misma de lo que no es
grito sabiendo que sólo el atardecer
me escucha.
Que es tal tu ausencia,
que mi voz no tiene eco
en tus oídos, en tus ojos, en tu pelo.
Ya debería haber aprendido
que no siempre es tiempo de volver a empezar.
Y que vos (sobre todo)
no sos el lugar.
(So I set the world on fire)
Viniste dando respuestas
de esas incómodas,
de las que plantean dudas.
Pusiste todo en tonos de violeta,
desordenaste lo poco
que tenía en la cabeza.
Traspasaste el límite de mi yo,
hiciste correr hacia atrás
las horas del reloj.
Me secaste la voz, los ojos.
Me desnudaste las manos,
desgarraste la piel de mi espalda.
Ahora vas y venís
de vez en cuando,
a mostrarme que tus ruinas
son más hermosas que mis monumentos,
a contarme que creás
y destruís la vida,
el amor, la magia, el espiral,
según te da la gana.
Que, como siempre,
tenés y sos
todo lo que quiero y espero,
y que no te importa.
Acá el problema es de las dos.
Y la gran tarea ahora
es sentarse a esperar que llegue la cordura.
Y si desde mi ausencia
te enaltezco.
Si desde mi silencio
tomás cada palabra.
Si desde la distancia,
te sentís menos lejos;
tal vez valga la pena
esta espera
que no conoce tiempo
ni a su objeto.
Tal vez ya no carezca de sentido
la falta de cada hora de sueño.
Si para saber amar (te)
tengo que destruir (me),
entonces, vení,
y mostrame cómo hacerlo.
No aparecés. Y mirá que no paro de llamarte con cad auno de mis sentidos. En la vigilia y en el sueño. Derrumbo las paredes que protegen la pieza del territorio, y todo se vuelve uno esperando tu aparición, mítica y atroz, para que el mundo entero recupere esa ausencia de cordura, aquel estado de equilibrio desmedido, en donde cada cosa se sucedía riéndose de sí misma, el tiempo se desdoblaba, se desdibujaban los contornos, y cada sonido (cada color, cada sabor, cada sensación) estaba potenciado al infinito mismo.
Como una tonta,
ando esperando una señal.
Una llamada, un mensaje,
una canción, un dibujo,
un poema;
cualquier cosa que me diga qué hacer
con todo el tiempo y el dolor
que se agolpan en la garganta,
en las manos y
(sobre todo)
en los ojos.
Alguna cosa que me saque
de mi espiralado delirio,
y que me muestre que en el centro
hay algo.
Sea o no sea que
ése incómodo centro
seas otra vez vos.
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