miércoles, 25 de julio de 2012


Quisiera poder agarrar todas las horas que paso con vos, desmenuzarlas y fumarlas despacio, dejar que me llenen los pulmones, que me impidan cantar, que me sequen la garganta. Y después recostarme en el suelo, sólo porque sé que te molesta, y ponerme a escribirte sin nombrarte, a colorearte sin siquiera dudar de qué azul tienen tus ojos. No hay, por suerte, ni verso ni beso que me deje satisfecha, pero mientras tanto se me llena la papelera de hojas y amores.
Hay algo que está mal en mí, y tus palabras lo desnudan, aflora cada vez peor. Empieza a quemar el saber que nada importa realmente, que el "mañana será otro día" es una frase muy fuerte. Y está todo tan saturado y partido al mismo tiempo, que lo único que tiene sentido es seguir viviendo, ir buscando en el jardín la rosa última y única, rogando a cada paso que el cordero no me haya comido.

domingo, 22 de julio de 2012

Las noches que son días de verano.


El sol entra suave por la ventana,
empiezan a cantar los vientos de primavera
mientras fumo el primer pucho de la mañana.
Murmurando melodías salgo de la cama,
el mate es infaltable, los bizcochos,
el desayuno en la terraza.
Y me olvido de la hora, me río de los gatos,
me pongo mil colores para salir a caminar;
dejan de existir mis problemas y el resto de la gente,
sé que el beso de una cerveza fría
me espera cuando salga de laburar.
Y hay una ronda en el suelo recién encerado,
un faso que nos camina, el humo llenando el lugar;
un juego de mesa en el medio, un balde de vino,
y quien se anime a la guitarra es la estrella de la noche
aunque mañana los vecinos vayan a protestar.
Pedir helado es la idea más brillante,
organizarnos, y pedir primero la cama grande.
Y hace calor, la humedad moja las paredes,
afuera se arma, y al poco tiempo llueve.
Correr, bailar bajo la lluvia,
viernes 3 am y hamacas, por más que sea jueves,
por más que los puchos se mojen,
que las gotas lastimen un poco.
Inundar la panadería, calentar café,
que tres o cuatro brasas nos iluminen,
y Charly vivo en nuestras gargantas
no me exige que afine.
Las almohadas, las cosquillas,
la ducha colectiva,
hasta llegar a la suavidad y el aroma a violetas
de la cama,
al sueño conciliador de la mañana,
irnos a dormir con la Luna,
y asumir que, a fin de cuentas, no importa nada.

jueves, 19 de julio de 2012


Y es tal la diferencia
que hay siempre entre la noche y la mañana,
que saber
que sos el mismo todo el tiempo,
en todos lados
(paradójicamente)
sin dejar de ir cambiando,
hace saltar unos cuantos ejes.
Debe ser que para vos
tampoco hay diferencia entre cantar y decir,
entre tocar y sentir,
entre los amaneceres y los crepúsculos.
Nada es todo blanco o todo negro,
pero vos rompés todos los grises,
diluís el tiempo.
Y es tan mágico
que tus lágrimas encajen en un pentagrama,
que tus sábanas
nunca caigan de tu cama,
que el viento
no te vuele un pelo,
que a veces siento
que mi papel y mi tinta
no sirven de nada.

Extraño ver tu sonrisa a la salida de la oficina,
los besos de buenos días,
las llamadas de la tarde.
Siento nostalgia de las largas horas
dibujando servilletas en los bares,
inventando juegos en las heladerías,
caminando sin apuro por la vida.
Se nota mucho la ausencia de tu pelo en mi cara
a la hora de dormir,
las películas de las noches de invierno,
los chocolates en la cama;
la sonrisa triste, incluso, de los últimos días
cada vez que me mirabas.
Nunca conocí a alguien que, como vos
tuviera las lágrimas tan tibias,
tanta paciencia en las manos.
Me quiebra un poco que las cosas estén así,
que no podamos mirarnos,
que te moleste verme reir.
No quiero llorarte,
no quiero regalarte mi verso mejor
si no querés ser parte de mi vida,
si no podés volver a querer,
si no te esforzás por recordar con cariño,
por cambiar, por intentar entonar tu voz.

Mal que mal,
la noche es la hora justa.
Se va el Sol, y el mund a oscuras
se desnuda para que podamos
verlo de verdad.
Y tanto en el anochecer más caluroso
como en la madrugada más fría
el desfile de ebrios y poetas no termina.
Se quedan acá, rasguñando
hasta hacer sangrar las horas,
hasta que se termina el olor a cigarrillo y café.
Se esconden apenas los amantes
en la neblina, en los zaguanes,
del ojo todopoderoso de los buchones de la mañana.
Y a todos nos cobija ese silencio ensordecedor,
el ausente murmurar del río,
la delgada cobertura de rocío recién caído.
Incluso a mí, rodeada de perros callejeros,
de vinos vacíos, de amigos y amores vencidos
me regala esta hora
algunos versos contra el olvido.

Los Detalles.


Y es esa nota que rompe el tiempo,
ese color que no me viene del vino,
el pulso lento que con tus palabras me vas marcando,
la rima imposible de tu nombre,
lo que ahora impide soltar el verso preciso.
La sonrisa de cartulina que me acompaña a casa,
tarareándole tus canciones a la madrugada,
pintándome de violeta la voz,
es quien le cuenta a quienes saben comprender
que, una vez más,
solamente esperando hasta olvidar que se espera
se puede encontrar lo inesperado,
que la perfección puede ser una eternidad de tres minutos
(de tus minutos),
y que el mínimo gesto (la copa de vino que navega por la mesa,
la mirada cómplice del juego, la regla absurda de pasar la guitarra a la derecha,
el abrazo de no poder distinguir),
puede ser la entrada a ése mundo hecho de naranja,
de señales de un pasado inventado
y un futuro hecho de presentes.

La Noche de las Nomenclaturas


Era una tarde que era nuestra mañana,
yo te prometí una noche que fuera tu mediodía mejor.
Cinco amigos juntando monedas
para que dos cumplieran la misión.

Entre calores, colectivos y honey or tar
llegamos a la casa de mi madre, su hogar.
Supo recibirnos con Gancia, Charly y Buñuelos,
una buena forma de desayunar.

Partimos al anochecer, con unos pesos,
una cebolla, un pimiento y un fernet;
la noche cumplía,
nosotras sólo debíamos obedecer.

Un colorado amigo nos regaló cartones llenos de color,
un supermercado nos facilitó el arroz,
los buenos vecinos compartieron su cosecha,
el grupo tenía helado, la noche estaba hecha.

Helado en el parque,
caminatas interminables,
una lluvia de aforismos,
nuestra única barrera ante el abismo.

Ya en la cumbre del delirio, nuestras hamacas eran vuelo,
nuestro sube-y-baja un tobogán;
e iluminados por la luna de verano
nacieron los avatares del Bien y del Mal.

Es una hora en la que todo tiene sentido,
el universo es un perro que se aleja,
y desde la inmensidad de las manos del Tiempo
vemos pasar a Goku con dos ovnis sin bicicleta.

Y si el amanecer llega no nos importa,
tenemos facturas, ningún fiambre y cuatro tortas;
no es poca la suavidad de una buena cama,
y en la tarde que es madrugada acabamos desmayadas.

Desmenuzando un poco,
puede decirse que era predecible;
que debías tener en la biblioteca
una sombra que abrazar;
que a vos también te deben nacer las palabras
de la misma magia, de las mismas noches.
Pero, como siempre, duelen más las certezas;
no me importa, pero me afecta,
y por eso vuelvo siempre a lo mismo,
a darle analgésicos a mis ganas, a esto,
porque las rimas lavan la memoria.

Y si me arranco las uñas
tratando de encontrar la manera,
si tergiverso los colores
del eterno boceto de tu nombre;
si me lleno la voz de vapor
buscando las armas de tus manos
es simplemente
porque hay un indicio,
un camino incierto que empieza en tu boca
y termina en la abjuración del olvido.
Y es que eso que llevás adentro,
que te come, te bebe, y te quita el sueño,
ése desmesurado vacío del pucho y el reloj eterno
me ciñe por la cintura,
me araña
hasta hundirse en algún lunar perdido,
y me arrastra,
empujando mis restos con una cuchara,
hasta el silencio de la tinta,
hasta el borde del abismo.

Y ahora entiendo tu juego, ahora sí que entiendo los placeres de los locos, los manotazos en la oscuridad. Es que a veces uno no busca (para nada), pero quiere, provoca, manipula, empuja, remueve, fertiliza, colorea, dibuja, plata versos sin querer, apenas rozando los espejos (azules, terribles, infinitos) de las palabras. Construye de a poco un esquema, una danza, una figura (un dodecaedro de hilos, vacíos, transparentes), y ya ni sabe para qué. Se hace vicio el romper todo, sumirse en el eterno proceso de construcción- deconstrucción- reconstrucción; la adrenalina de no saber qué hacer, pero intentar, aunque las cosas salgan cada vez peor, y el tiempo quede pastoso (como cubierto de maizena), y el espacio cada vez más grande.
Qué bueno que La Culpa y yo no nos conocemos. Calculo que vos tampoco la conocés. Sino, no podríamos con este ritmo disonante de la vida, alimentando nuestra creatividad de la pulsión de derrumbar, de las ilusiones (y sobre todo de las desilusiones) ajenas, de las mañanas muertas. Ahora hay una luz que me regala con moño y todo, la comprensión verdadera de las palabras del Tiempo; y está espiraladamente bien que así sea.

A La Jardinería.


Se te caen mil semillas de ternura
cuando vas tambaleándote un poco,
tratando de decidir dónde poner
el paso preciso, la palabra mágica.
Vas de la mano con tu eterno titubear,
y en la duda está tu fuerza,
el encanto de mirlo amarillo
que te hace sueño en la noche de tantos.

Abierta y violenta como el mar,
azul e infinita como el cielo,
nos dibujás a todos
rosas de acuarela sobre la gris ciudad,
nos regalás la hermosura
de lo que es a la vez obvio e irreal.

Y en toda la marea,
y las tormentas que soy,
es bueno saber que del otro lado no hay tierra nunca
sino siempre vos.

Tus canciones son como mi segunda piel,
me endulzan el café,
me acortan los cigarrillos,
me movilizan los sentidos
y los fusilan contra una pared.

Y es que tus palabras me evaporan,
me desnudan la voz.
Y aunque nunca vaya a existir entre nos
más que el aire de tus notas
todavía puedo alimentarme de cantar.

Cambio mi sueño por conocer los tuyos,
cambio mi fuego por tus cenizas,
porque no sirve asustarse de ser demasiado fresca
para ser leña,
porque escribiendo siempre puede haber manera de quemar.

Arden los días, las horas vacías;
se consumen los poemas que no te nombran;
danza en mí la figura de ya no saber
cómo hacer para no volver a sentir
para volver a olvidarse de escribir.

Y las noticias mal recortadas apiladas,
los poemas memorizados de Cortázar,
se guardan en la azucarera de lata cotidiana,
se limpian con manos de mermelada
para que brillen más.

Espero no ver la luz de este laberinto,
espero que tus colores me muestren el camino,
que el murmullo de tus pasos me acompañe.
Como dice la canción, estoy buscando melodías
para tener cómo llamarte.

miércoles, 11 de julio de 2012


"Ludmilla siempre había lamentado el encontrarse sumida en ése círculo vicioso de la búsqueda del centro (del kibbutz, de la unidad), el estarse inquieta y encerrada, dando vueltas en espiral; y la noche le había traídos puertas, luminosas como luces de neón, grandes ventanas hechas de respuestas por donde mirar hacia el mundo. El descubrimiento de las transgresiones, del absurdo de las morales (no de la moral), de las llaves maestras (anthames para salir de círculo y entrar en la magia), le hacían revolverse la piel, despeinarse los sentidos. Nada es tan igual, la temporalidad se derrite y algo queda por ahí, alguien anda por ahí, y la salida viene a través de eso. Eso que espera agazapado en la oscuridad, en fondo de la última botella, envuelto en humo de vaya uno a saber qué o entre las sábanas. Descubrir que eso puede venir sin filtros, sin tiempo, sin ritos; que son prescindibles las maneras, los esquemas, y que todo puede salir bien igual. "

¿Qué harás con el recuerdo
de esta mañana tan azul?
¿Dónde pondrás las manos
si no es en mis caderas?
¿Dónde habré de despertar
si no es entre tus sábanas?
Decime,
a quién vamos a escribirle,
a cantarle las madrugadas,
a tararearle Miles Davis en la cama.
Cuándo vas a recitar
tus creaciones malogradas,
de quién me voy a quejar
si las ollas no están lavadas.
Y es que no hace falta tiempo
para construir costumbres,
ni que estés conmigo
para que me alumbres.

Jugando a mezclar colores,
a desnudar madrugadas,
te descubrí
silencioso y lleno de palabras.
Te regalé mil excusas,
te dí una invitación con la mirada.
Y hay una hora de la noche
que siempre le robamos a la mañana,
en donde tus manos recuerdan cómo hacer magia
y (sin emitir sonido) mis labios te halagan.
Es un momento donde ya es inútil presentirse,
y no hace falta revolver para encontrar las ganas.

Sé muy bien que no esperabas encontrar nada.
La verdad,
es que yo tampoco buscaba.
Pero, ya ves,
podía mostrarte lo que es la angustia,
y vos
cómo encender los candiles
cuando no encuentro mi cama.

Tal vez vos deberías
bajarte de tu estrella,
enterarte de que sos
sólo otro matiz
y no mi vida entera.
Te haría bien saber
que sentir de verdad
se puede sólo una vez,
que los viejos dolores
no me dejan querer,
que sólo las mujeres
me sirven de musas,
que tu ausencia
no me aflige ni me asusta.
La verdad
es que se me vuelven
a romper las intuiciones.
Yo creía que, como yo,
jugabas en ligas mayores,
que habías aprendido
que se busca "con" y no "en".
Pero, ya ves
no cualquiera comprende,
no todos conocen
el camino a seguir
para perderse.
Yo acá no me quedo
porque en estas tierras
se planta trigo
y se cosechan huevos.
Y como dice Musset,
"il faudra bien
t'y faire à cette solitude".
Je sais bien,
on a l'habitude.

miércoles, 4 de julio de 2012


Me desespera tu titubear constante,
tus ausencias inexplicables.
Quizas el tiempo
me haya vuelto quisquillosa,
pero ya no soporto
tu falta de prosa,
las notas violetas de tu voz.
No tolero la regularidad de tu sueño,
el pulso sedoso de tus ojos.
Me empuja al delirio
la suavidad de tus maneras,
de tus palabras.
Me sofoca que estes lejos,
las excusas de lata.
Me irritas con tus manias de etiquetador,
sobre todo cuando asocias
los colores y los vientos.
Hasta podria decirte que me preocupa
que no sepas donde vas
cuando estas caminando.
No es tu culpa
que las lagrimas te salgan como perlas.
Irse de vos
no es una opcion,
la soledad no es una cancion que vaya en mi repertorio.
Asi que aca me planto,
a regarte con mi locura,
a bañarte de tiempo,
a adornarte
la vida con mis cuentos.

Tal vez esté exagerando.
Tal vez todo esto
es sólo un buen recuerdo
de un mágico verano.
Quizás no valgas la pena,
quizás debería bajarte de tu estrella-
Yo sé que tenés gusto a nada,
que aunque quieras soltar las palabras
las letras se te hacen agua,
se te hunden los versos,
te naufragan las rimas.
Cedés más al pragmatismo
de lo que a mí me gustaría.
Y la verdad es
que podrías delirarte un poco más,
podrías arriesgarte alguna vez.
Escondés todo el tiempo lo que sos,
levantás entre vos y vos una pared.
No le encuentro la gracia
a tu soledad inventada,
a tus problemas de cartón,
a tu carrera sin ganas.
Sin embargo (por no decir pero)
creo firmemente que querés y podés
salir de ése agujero,
que creés en la poesía,
que también buscás el kibbutz del deseo,
que, como yo, tratás de tender hacia el centro.
Ya no importa, de todos modos,
no queda más que darle tiempo al tiempo
para ver que sea causalidad y no casualidad
nuestro encuentro.

Sos la respuesta
a una pregunta que no tengo.
Sos la cara que olvido,
la voz que recuerdo.
Sos todo lo que tiende
a moverse hacia el centro.
Sos el kibbutz, la liturgia,
el juego y el fuego.
Y como no puedo verte
te resucito en mis sueños.
Estas tan cerca
que tengo tu aroma en los dedos,
y tan lejos
que necesito la tinta para darte cuerpo.
Y, aunque la ciudad es grande,
yo presiento que nos vamos a encontrar.

‎{Y yo sabia que todo iba a volver a colapsar. Haces llorar mi mundo, mis esquemas, mis planes, mi seguridad del crunch cosmico, mis pies de viajera, mi alma asquerosamente flashera, el lugar que quiero de mi (de la vida). Me dan ganas de volar las miettes de moi en pedazos, [de arrojar sangre sobre el nous que no hay (y que, definitivamente, podria haber)]. Me saco, tiro la poesia, los sistemas, todo a la mierda, y me dejo guiar por esa luz (intermitente) que tengo adelante, y que me lleva donde quiere. No es justo decir que es tu culpa. Solamente lo desatas. Sos como las manos (no las del tiempo) desatando los cordones de mi cordura.} A menos que. Qué.