miércoles, 24 de octubre de 2012


Tus orillas están al otro lado del mismo río. Ya los piés no bailan, persiguen pequeñas huellas de arena en el fondo de tu mirada. Sin más rumbo, vacía de sinsentidos, de enredaderas del color y de las palabras.

Hundo mi mano, repetido una y otra vez. La lluvia maullando en la ventana. Las trompetas que van dibujando sonrisas manchadas de tabaco y de vino no cesan de sonar.

Y del refugio las multitudes entran y salen, perfectamente cordinadas. Todo se aleja, se acerca y gira, los días se convierten en una lenta coreografía de mi destrucción, la pausada danza alrededor de las palanganas, los libros, y los hilos, destrozando con los talones los espejos, percibiendo eso que a veces llamamos centro, el secreto de la lengua de Pizarnik, el tan ansiado Kibbutz que escapa de tu cuerpo.

Y entonces el sol desmiente la muerte, la mañana te nombra entre el ahora y otros tiempos. Y el suceder de las horas es sólo eso, esperar, charlar y cantar, que la vida pase mientras tanto. En algún momento se volverá a soñar, y el aire cálido de un hogar habrá de secar los llantos.

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