domingo, 2 de septiembre de 2012
Tus madrugadas eran más cálidas,
a pesar de la cerveza,
a pesar de que el tiempo
trae el viento.
Nos llenábamos la boca
del humo de renglones muertos,
de la memoria de otras bocas,
y un poco
de la risa de la fiebre del que ríe.
La cena era el postre,
cada pasar una excusa inútil.
La música solía sonar
siempre más adentro que afuera
para que cantáramos sobre ella,
para bañarla
de brazos que se multiplican,
del polen, del sol rojo de la mañana.
Era sólo un experimento, claro,
sólo un inventario de juegos,
de flores que te salen ahora del pelo;
como las tardes,
como las trompetas en blanco y negro.
Horas de bañeras y café,
abriendo y cerrando
los cajones del deseo.
Heridos, casi siempre,
por las llegadas inesperadas.
por las noches sin magia,
sobre todo,
por las mañanas lejos de tu cama.
Escapamos, sin practicidad,
navegando siempre el mismo río
sin jamás alejarnos de sus orillas,
sin una brújula en el bolsillo
ni arena en las zapatillas.
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