domingo, 22 de julio de 2012

Las noches que son días de verano.


El sol entra suave por la ventana,
empiezan a cantar los vientos de primavera
mientras fumo el primer pucho de la mañana.
Murmurando melodías salgo de la cama,
el mate es infaltable, los bizcochos,
el desayuno en la terraza.
Y me olvido de la hora, me río de los gatos,
me pongo mil colores para salir a caminar;
dejan de existir mis problemas y el resto de la gente,
sé que el beso de una cerveza fría
me espera cuando salga de laburar.
Y hay una ronda en el suelo recién encerado,
un faso que nos camina, el humo llenando el lugar;
un juego de mesa en el medio, un balde de vino,
y quien se anime a la guitarra es la estrella de la noche
aunque mañana los vecinos vayan a protestar.
Pedir helado es la idea más brillante,
organizarnos, y pedir primero la cama grande.
Y hace calor, la humedad moja las paredes,
afuera se arma, y al poco tiempo llueve.
Correr, bailar bajo la lluvia,
viernes 3 am y hamacas, por más que sea jueves,
por más que los puchos se mojen,
que las gotas lastimen un poco.
Inundar la panadería, calentar café,
que tres o cuatro brasas nos iluminen,
y Charly vivo en nuestras gargantas
no me exige que afine.
Las almohadas, las cosquillas,
la ducha colectiva,
hasta llegar a la suavidad y el aroma a violetas
de la cama,
al sueño conciliador de la mañana,
irnos a dormir con la Luna,
y asumir que, a fin de cuentas, no importa nada.

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