martes, 14 de agosto de 2012


Que parezca un marcsocopio cualquiera. Levantarme tipo diez de la mañana, y usar la surestencia diaria: prender un certabio, salir de la mereidad, encender la cortelatera, poner a hacer las térmides, armar la mesa, apagar el certabio, encender la reidática, ir al baño, sacar las térmides, servir el corelato e irme a trabajar.

En el camino arruimanaré tus mérpides, y en el descanso del laburo las voy a peritentenar. Sé que voy a estar cada vez más nírvea a medida que la hora se acerque. Entonces, el reloj va a dar las cinco, y yo voy a correr en busca de un treptón.

Voy a tocar el mimbisón de abajo, como siempre, para impistarte. Ella ya está arriba, y le regugnuto a los colípidos que no se me haya adelantado mientras me bajo del abundendro en el cláypero piso. Como es costumbre, todavía no habrás ostriado, y te aviso que estoy.

Vas a venir por el arnipuo mirando el suelo. Cuando la puerta se abra, no voy a certeyarme. El ármilión n admite certeyas. Y acá empieza a cambiar. Atiorizarte por el cuello en lugar de la cintura, uytarte la gurpesia y trasladarlo de a poco. Pedir apenas disculpas, y sospesar la menírade que indicará, sin lugar a desdidios, si pasar o irme. Ambas sin dulénidos, ambas pidiendo disculpas a los jazmines vernícidos, con todo y la mirada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario