domingo, 12 de agosto de 2012


Se sufren los regresos.
Aunque sean idas,
aunque sean breves,
aunque no exista más el espacio,
aunque haya pasado el tiempo.

Suena un blues y hay humedad,
y no importa si es el verano rosarino
o un invierno en Santa Fe,
si los versos que escribo
se los dedico a los detalles
o al bien.

Cantan los grillos en esta ciudad que es pueblo,
me refugia un sol,
me abriga la luna de tu voz
que está siempre en mis oídos,
y todo hace que nunca esté realmente lejos.

Las risas de siempre limpian un poco mi angustia,
de querer contarte tantas cosas y no poder.
Confirman que la felicidad no es
sólo un estado de ánimo que tuve ayer,
que el hogar es un abrazo, que cualquier momento
es bueno para volver.

Ya pasó la hora del juego,
no todo lo que funciona lo hace más de una vez.
Y este fruto de los días,
esta planta que baila medio llevada por un viento
que sale de la nada
cuenta historias que son las mías también.

El cigarrillo se consume al mismo tiempo que el olvido.
Ésa voz tuya, que es siempre tan compañera
deja de soltarme notas,
se vuelve un susurro imperceptible,
una figura de hilos que danza sobre mi cabeza.

Me pierdo un poco de la importancia del camino,
de todo lo que puede llegar a significar
acercar tu tiempo de soledad al mío.

Y las lágrimas que no lloro, van quedando adentro,
regando algún jardín perdido
donde algún día recolectaré las flores y los pájaros
que habrán de mostrarme cómo llegar a tus ríos.

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